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El agua sigue su curso bajo el puente de Paso Córdoba Fotografía: Claudio Miño |
El valle del Río Negro se formó tras siglos de río surcando la tierra, desde la cordillera hasta el mar. Sobre las márgenes del río, de un lado a otro de la provincia, las comunidades se han asentado y prosperado. Y más allá, hacia el centro, el desierto lo domina todo. En el límite entre ambos, un lugar de ensueños conecta con lo que quedó librado de la pesada mano del hombre.
Por la Ruta Nacional 22, apenas pasando Fiske, una amplia rotonda desvía el camino en dirección al río. Tras algunos kilómetros de chacras, donde se produce manzana o carne vacuna en serie, se avisora un poblado que costea el río. Hasta allí se nota la mano del hombre. Esa mano que necesita hacerlo todo con intensidad y en forma desmedida. Después, el río. Calmo. Como siempre.
Antes de abordar el puente hacia el otro lado, unos pilares rezan: Área Protegida Paso Córdova. Es el inicio de una zona que algunas personas decidieron defender de la mano de sus propios hermanos, los hombres. Sin embargo, no tiene mucho de protegida. Al menos de este lado del río, la población y los constantes visitantes dejan importantes niveles de basura y contaminación auditiva.
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Fotografía: Claudio Miño |
La cosa se pone interesante al otro lado del río. El puente es amplio y largo. Las bardas, al final del camino, parecen esperar incólumes, más gigantes a medida que uno se acerca. Debajo, el río desprende de su cuerpo una serie de pequeños brazos enmarañados que se entremezclan y confunden, mientras los sauces que crecen a sus orillas suben por un costado del puente hasta acariciar a quienes cruzan caminando.
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Fotografía: Claudio Miño |
Al otro lado comienza el desierto. Unos niños patean una pelota al costado de un pequeño asentamiento de casitas sobre arcilla roja. Más adelante, una pared derruída de quien supo darle el nombre a este lugar: Don Antonio Córdoba. Antonio
Córdoba era un gallego que llegó a al pueblo cuando esto apenas era una guarnición militar, a finales del siglo XIX. Entonces estableció su comercio “Antonio Córdoba y cía.”
en la orilla sur del río Negro, en un lugar alto en
las inmediaciones de un vado que se denominaba “El Paso”. En 1908 estableció
un servicio de balsas que fue utilizado hasta la habilitación del puente que lleva el nombre de “Paso Córdoba”. Junto a su casa comienza el camino que conduce a las tierras del Club Náutico de General Roca, al menos en los papeles. Esta zona es un territorio en disputa entre sus nuevos moradores y la comunidad mapuche Leufuche, gente que vive en lugar y que proviene de ancestros asentados en la zona hace siglos. Claro que para este mundo la tierra ya no es de quien la cuida, sino de quien la paga.
Pero este no es el único vestigio del pasado. Adentrándose, hacia ambos lados de la ruta provincial N° 6, dos formaciones sedimentarias lo hacen a uno creer que está en otro planeta, tal vez en Marte. Por un lado, lo que los lugareños llamaron el valle de la luna amarillo, un desierto en hermosos colores pasteles, verteado por los surcos que trazan las el viento y la lluvia, hacedores de laberínticos paseos al pie de la barda. Del otro, a unos kilómetros siguiendo la ruta, el valle de la luna rojo, su hermano mellizo.
Al igual que su hermano, sus sedimentos arcillosos ocultan innumerables restos de vida pasada. Desviándose de la ruta por un camino de tierra, uno llega hasta el principio de una gran ondonada rojiza, marciana, y el viento lo envuelve por entero. Pareciera que el lugar le susurrase al oído algún saber ancestral e indecifrable. Desde el aire, los aguiluchos vigilan como centinelas silenciosos toda la zona. El nexo entre el pasado y el futuro sobrevuela por los aires.
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Fotografía: Claudio Miño |
Al igual que su hermano, sus sedimentos arcillosos ocultan innumerables restos de vida pasada. Desviándose de la ruta por un camino de tierra, uno llega hasta el principio de una gran ondonada rojiza, marciana, y el viento lo envuelve por entero. Pareciera que el lugar le susurrase al oído algún saber ancestral e indecifrable. Desde el aire, los aguiluchos vigilan como centinelas silenciosos toda la zona. El nexo entre el pasado y el futuro sobrevuela por los aires.
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