... ellos siguen su periplo por las calles del patagónico Fiske Menuco. La rueda gira y la ciudad no se detiene a observarlos: los acoge en sus rincones y los convierte en parte del paisaje cotidiano.

¿Cuáles son esos lugares y quiénes sus moradores?

martes, 4 de diciembre de 2012

Que sople el viento mientras haya Biombo

                                            El público ingresando al Club de Arte El Biombo
Fotografía Claudio Miño

Dicen por todas las latitudes sureñas, y también más arriba, que Fiske Menuco es un lugar "cultural". Decididamente, uno lo confirma cuando pisa la ciudad y encuentra las artes diseminadas por los rincones. El viento pareciera acarrearlas, desparramarlas, reproducirlas. Y para aquellos momentos en que el viento sopla tan fuerte que amenaza con llevárselas, un par de delirantes convirtieron su casa en un lugar para guarecerlas.



En la paisaje rionegrino suena raro eso de "club de arte". A uno le cuesta imaginarse un club de arte prosperando en General Conesa, en Los Menucos o incluso en la capitalina Viedma. Vaya a saber por qué extrañas razones, pero lo cierto es que el arte por estas  tierras ha quedado recluído al ámbito de las instituciones oficiales o diseminado por ahí en las expresiones de sus creadores. Esto de andar agrupándose para fomentar el arte parece algo más bien extraño, cosa de locos.

Cosa de locos lo del Club de Arte El Biombo. La calle Rodhe luce tranquila y soleada mientras los pájaros dan su armonioso recital desde los árboles de la vereda. Es un paisaje de casas de barrio de clase media, simples y sencillas. Nada sobresale en el entorno hasta que el caminante se topa con un portón de entrada de vehículos devenido en puerta de ingreso a un club de arte. Dibujos de títeres y pinceles acompañan la leyenda "Club de Arte El Biombo" sobre ese portón amarillo desaturado por el sol, y anticipan lo que se puede encontrar adentro.




En el interior la transformación es notoria. Donde posiblemente haya habido un patio sin demasiado uso, hoy se ve un jardín florido que provoca una extraña sensación, mezcla de familiaridad hogareña y emoción ante la inminencia de una obra artística. Al fondo, la antesala comienza en un frente semicircular y vidriado con vitrales en lo alto, donde los concurrentes acostumbran esperar a que se les de el visto bueno para poder ubicarse. Entre pinturas y esculturas de artistas regionales, los espectadores se encuentran y hablan hasta darse una panzada con los aconteceres del mundillo artístico local.

Fotografía: Claudio Miño

La sala es pequeña, acojedora, casi íntima. Pero sus dueños contrarestan las dimensiones aprendiendo a reinventar el espacio de mil formas: con escenario grande, con escenario chico, con butacas al estilo anfiteatro, con sillas butacas al estilo cine, con mesas y sillas para shows íntimos, o simplemente con el espacio vacío para permitir el baile. El juego constante de la espacialidad genera en el público una incertidumbre que ya se ha convertido en clásico.

Fotografía: Claudio Miño
Los locos que se animaron a crear un club de arte por estos lares son Lina Destéfanis y Ricardo Di Giovanni, una pareja de teatreros y titiriteros que soñaban con tener un lugar para la expresión de las artes dramáticas. Así fue como montaron un pequeño club donde podían dar sus talleres teatro y preparar las muestras de sus alumnos. Pero no se quedaron con ese logro, sino que llevaron al Biombo a convertirse en uno de los pocos lugares de exposición para otras artes como la música, las artes plásticas o el cine.
 Lina y Ricardo son quinenes se encargan de programar los shows, darles difusión y disponer todo lo necesario para la puesta en escena. Se encargan hasta de la barra, para poder autofinanciarse. Y todo ello sin abandonar ese ambiente familiero que domina la escena, teniendo en cuenta que la casa de los Di Giovanni está pegada al Biombo. O mejor dicho, ellos tienen un club de arte en el patio.

Fotografía: Claudio Miño
En estos tiempos donde la cultura se produce en cadena de montaje y donde el arte foráneo siempre tiene más valor que lo autóctono. Mientras la rueda gira, este mundo trastocadao le pone las cosas cuesta arriba al arte local. Por suerte soplan esos vientos patagónicos que desparraman las artes por todo Fiske y más allá. Pero también soplan de los otros vientos, de los que ya se llevaron varios espacios culturales en pos de las benditas ganancias, y aún quieren llevarse los que quedan dando vueltas. Lina y Ricardo, tal vez sin saberlo, dieron a su espacio un nombre que dice más de lo que aparenta: "Biombo", palabra de origen japonés, significa originalmente "pantalla de protección contra el viento". 

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