... ellos siguen su periplo por las calles del patagónico Fiske Menuco. La rueda gira y la ciudad no se detiene a observarlos: los acoge en sus rincones y los convierte en parte del paisaje cotidiano.

¿Cuáles son esos lugares y quiénes sus moradores?

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El que no llora no mama

Lavacoches de Fisque con su fiel acompañante, el balde.
Fotografía: Anahí Ríos Lumini
- Señora, ¿le lavo el auto?
- No.
- ¿Se lo cuido?
- No.
- ¿Se lo miro?

No hay respuesta. La lluvia de preguntas abruma, atropella. Y la sequía de recursos empuja a los lavacoches a ser insistentes. No vale resignarse. El que no llora no mama, y el que no insiste no come.
Desde bien temprano, cuando todavía ni el sol se anima a asomarse a la calle, decenas de lavacoches abandonan sus hogares para apostarse en la veredas céntricas de la ciudad, donde habrán de permanecer la mayor parte del día a la espera de un "Si, lavámelo". Tacho y trapo en una mano, botella de detergente en la otra, todos lo días avanzan hasta ocupar las arterias que cortan a la calle Tucumán, o avenidas pobladas como la calles San Juan y Mendoza. Desprovistos de otros recursos, arremeten sin miramientos la faena de la única oportunidad que les deja el presente: mendigar un "si" para trabajar por unas monedas.

Fotografía: anahí ríos Lumini

Como en todo oficio, existe entre los lavacoches algunos que son honrados y laboriosos, y otros que no. Pero la insistencia es una necesidad común a todos ellos. El lavacoche no puede permitirse no repreguntar ante el dueño de un auto que se niega a que lo laven o no ofrecer el servicio de vigilancia. La necesidad apremia cuando no hay otra salida, hay que rescatar una moneda de cualquier forma.

Lo cierto es que la actitud de los lavacoches molesta a algunos que si cuentan con otros recursos. Ciertos automovilistas se rasgan las vestiduras, mientras las autoridades tratan de complacerlos imitando alguna que otra campaña "anti-trapo" de una ciudad vecina.

Si. Trapo. Así como lo lee. Así los llama la jerga. Trapito, para suavizar el peyorativo, o para remarcar el desprecio. No se llama al abogado "leyesita" ni al contador "calculadorita". Pero el trapito soporta sobre sus espaldas la pesada mochila de una identidad construida en la identificación con esa única herramienta de trabajo que posee.

Fotografía: Anahí Ríos Lumini.

Sin embargo, al lavacoches de Fiske poco le importa que lo llamen despectivamente o que lo quieran sacar de la vía pública. Ellos siguen saliendo como cada mañana con su balde a cuestas. Son los vigias de lo urbano y los testigos de todo lo que pasa en la ciudad. Eso les ha costado numerosas quejas y denuncias, sospechados constantemente de actitudes ilícitas. Pero eso tampoco importa. Hay que seguir. Y si mañana los corren, seguro harán como otros colegas, que en su momento se agruparon para reclamar alguna alternativa laboral. Aunque no los escuchen.  No queda otra. El que no llora no mama...    

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