... ellos siguen su periplo por las calles del patagónico Fiske Menuco. La rueda gira y la ciudad no se detiene a observarlos: los acoge en sus rincones y los convierte en parte del paisaje cotidiano.

¿Cuáles son esos lugares y quiénes sus moradores?

miércoles, 27 de junio de 2012

El Chanchódromo

Las muchachas del Canalito cuando llega la primavera
Fotografía: Anahí Ríos Lumini































Si alguno de ustedes suele darse el gusto de robarle a la rutina vespertina algunos minutos para caminar tranquilamente por la ciudad del General Roca, inevitablemente habrá de pasar alguna tarde por el Canalito, nombre que la gente le ha dado a ese conjunto de plazoletas construidas en torno al antiguo y pequeño canal de riego que une transversalmente la ciudad de este a oeste.
Si así es, seguramente habrán asistido a la revolución hormonal que allí se manifiesta apenas aparecen los primeros días de calor primaveral, cuando el Canalito rebalsa de muchedumbre, de griterío, de música, de vida misma. 

Desde la llegada de la primavera hasta la retirada del estío, puede uno estar seguro de que se encontrará siempre regularmente con ciertos especímenes exóticos que se adaptan al ecosistema del Canalito y lo llenan de color hasta el contraste. 

Uno de ellos, ejemplar digno de contemplación, es el banana. El banana es un tipo de 18 a 30 años, vestido siempre según el último grito de la moda, bien peinado y perfumado, que generalmente vive con sus padres o les chupa la sangre. Su objetivo es uno solo: atraer las miradas femeninas. Y, acorde con ello, adopta una conducta tan singular como irritante: si camina por la vereda lo hace con aires de suficiencia, como queriendo demostrar, patéticamente, sensualidad a plena luz del día; si pasea en automóvil, que generalmente le ha sido prestado por sus padres para “dar una vueltita”, deja que el coche marche lentamente en primera y con las ventanillas bajas, la música a todo volumen, y se dispone en una postura relajada para fumar y observar de reojo a los grupetes de muchachas que pasan. 

Fotografía: Anahí Ríos Lumini
 Lo curioso y atractivo que tiene el Canalito, y que tal vez pueda servir como tema a algún sociólogo novato con ganas de investigar, es que la gente hace caso omiso del reducido espacio físico de las plazoletas y se amontona en ellas hasta desbordarlas, aun existiendo en la ciudad otros espacios verdes para la dispersión, el ocio o el deporte. Pero más curioso todavía es la conexión que existe entre algunos de estos extraños seres que pueblan el Canalito por las tardes.

Otro tipo de ejemplar es el o la maratonista. Es una persona deportista, en excelente estado físico, que suele calzar la vestimenta particular que da razón a su nombre. Esta persona se caracteriza por recorrer a trote firme y sin cansancio, durante largas horas, un mismo radio de unas diez a quince plazoletas aproximadamente. Durante los feriados o fines de semana, cuando la acumulación de gente llega a su pico máximo, estos se ven frecuentemente obligados a transitar varios tramos ya no por la vereda de la plazoleta, sino esquivando autos por la calle. Pero no desisten. ¿Qué los mantiene en su marcha? Bien podrían elegir otras calles menos transitadas u otros espacios verdes. Pero no. Aquí reside la conexión con el banana: el maratonista necesita ser observado. Ya sea por cautivar la mirada del sexo opuesto, ya sea por sentirse más acompañado, o por vaya a saber qué motivos.


El más estrafalario de los personajes del Canalito es sin duda el motoquero.  Desconozco por qué extraña razón ha proliferado tanto este ejemplar. No es que tenga algo contra las motos, para nada. Pero esto es otra cosa. El motoquero del Canalito no es el clásico motoquero montado en su rutera y dispuesto a zarpar a cualquier recóndito lugar del país, no. Este es un ser que no soporta la soledad, que se mueve en banda, de modo que uno los puede observar dando vueltas alrededor de la plazoleta en grupos de hasta quince motos. Pero ese no es el punto. El punto es que, además de ser motos generalmente pequeñas y ruidosas, la mayoría de sus dueños eligen colocarles un caño de escape de esos denominados “libres”, que son capaces de dejarlo a uno sordo si le aceleran al lado. A ese sonido infernal hay que sumar que cualquier espantajo de moto hoy puede contar con sistemas de audio de pésima calidad, donde los motoqueros reproducen sus cumbias y sus roncaroles entre medio de explosiones de motor y humo. Maneras de llamar la atención, como les venía diciendo.
   
Un párrafo aparte para el hombre de la reposera. Dudo mucho de que a este le interese llamar la atención, ni mínimamente. El hombre de la reposera es un hombre que va al Canalito como si fuese a las playas de Las Grutas. Es generalmente ancho y peludo, aunque los he visto también en su versión delgada. Es un tipo anticuado. No calza ojotas sino chancletas. Suele vestir una malla escocesa corta y el resto en cueros. Va acompañado de su señora esposa y de toda su prole, que lo ayuda a cargar canastas, conservadoras, pelotas, paletas, reposeras, esterillas y cuanto artículo de playa se les ocurra. Generalmente elige las plazoletas más cercanas a las calles San Juan o Mendoza, extremos finales del recorrido, para tener más espacio para la familia y aprovechar un tramo de canal para zambullirse. ¡Qué gracioso es verlo sumergirse en una profundidad que no le supera las rodillas! El más divertido de todos, sin duda.

Fotografía: Anahí Ríos Lumini

Si bien ya hablé de una maratonista, esta no se debe confundir con otra mujer que también puebla los días de calor del Canalito. Ella es la mujer de buzo a la cintura. Si bien mantienen una conexión, como se anticipó anteriormente, tienen objetivos y necesidades diferentes. La mujer de buzo a la cintura no posee el estado de la otra, suele ser más grande en edad (generalmente pasando los cuarenta), y no se dedica a correr sino a caminar con luengas y apresuradas zancadas. En algunos casos, las zancadas van acompañadas de movimientos perpendiculares de brazos, como si imitaran la marcha de un soldado en una fila militar. Al igual que en anteriores casos, la mujer de buzo a la cintura necesita ser observada, necesita demostrar que tiene vitalidad a pesar de todo, y por eso se empeña en hacer la rutina de ejercicios que ideó en su casa sin salirse del radio del Canalito. Lo único que ella no quiere mostrar al mundo es lo que se oculta detrás de ese protector buzo atado a la cintura que desciende por detrás hasta alcanzar las rodillas. 

Curiosamente, hace unos días y en un contexto completamente diferente, escuché a alguien referirse al Canalito de una forma que nunca había oído. Estaba en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, escuchando sin escuchar una clase sobre la comunicación. De pronto me di cuenta de que la clase se había distendido y que la profesora, cuarentona y pizpireta ella, mantenía una charla con una de mis compañeras:
-      Viste cómo somos nosotras las mujeres, se viene la primavera y nos agarra la loca, todas a dar vueltas por el “chanchódromo”.
-          ¿Por el chanchódromo?
-          Si, je je. Por el Canalito

Al escuchar me quedé pensando en que seguramente mi profesora sería una de esas mujeres de buzo a la cintura.                                              

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